En algunas
ocasiones trabajando en un edificio antiguo y gigante a veces mientras limpiaba
durante la medianoche cuando todo estaba ya muy tranquilo, veía pasar a una
muchacha muy bella y siempre sola, él no sabía quién era ella ni en que piso
vivía pero quería averiguarlo. Nunca se animó a hablarle ya que ella no
aparentaba querer hablar con nadie siempre caminaba mirando hacia el piso. Una
noche él estaba subiendo en el ascensor a otro piso para hacer su trabajo y
cuando frena en uno de los pisos sube ella, entra, se para dándole la espalda y
marca en el tablero el último piso, ese en el cual se sabía que no estaba en
buenas condiciones y en el que aparentemente nadie vivía. Él dudo al ver eso,
no sabía si hablarle o no, pero cuando vio que ya estaba por llegar al piso
donde debía bajar le dijo: siempre te veo muy sola, quisiera, si no tenés
compromisos, invitarte a cenar. Ella no contestó, dio un paso hacia el costado,
se abrieron las puertas, él salió y ella siguió. A los pocos días mientras él
limpiaba las paredes de mármol del hall la muchacha pasaba por ahí, él se le
acercó, la saludó y rápidamente pidió disculpas por lo que sucedió aquella
noche en el ascensor y aclaró que su intención no fue molestarla. Ella levantó
la cabeza, lo miró a los ojos y preguntó cuáles eran sus intenciones, él
sorprendido y casi paralizado por el color y el brillo de esos ojos y esa cara
angelical contestó: me gustás y me gustaría invitarte a cenar para conocernos
un poco más. Ella esquivó su mirada y avanzando lentamente dijo: no creo que
debas conocerme solo tenés que venir una noche a mi casa, que pase lo que me
gusta hacer y nada más. Quiero esa oportunidad, dijo él, aclarando que le
gustaría que no sucediera solo una noche, ella contestó que con una noche
lograría lo que pretende y le dijo que el fin de semana lo esperaría en el
último piso en el último departamento pero que nadie debía saberlo. Él,
contento, se comprometió a que no diría nada y que estaría allí esa noche.
Trató de despedirla con un beso en la mejilla, ella se corrió hacia atrás
pidiendo que no intente ningún contacto físico, que espere esa noche. Llegó la
noche acordada y allí estaba él caminando en el frío pasillo del último piso,
cuando se acercó al departamento de la muchacha vio que la puerta estaba
abierta, todo adentro estaba oscuro, solo iluminaba una vela en medio de la
mesa del comedor y allí estaba ella, se asomó a la puerta y le pidió que entre
y se ponga cómodo, mientras le contaba que se había quedado sin electricidad.
¡Qué extraño! -dijo la muchacha, avanzando
cautelosamente -¡qué puerta más pesada! La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
¿No tiene picaporte del lado de adentro?
-dijo el hombre, y ella solo lo miraba.
Bueno, ahora estamos encerrados los dos
solos.
Los dos no. Vos solo -dijo la
muchacha, pasó a través de la puerta y
desapareció.
El final de este cuento pertenece a
“Final para un cuento fantástico” del escritor A. Ireland.